domingo, 11 de marzo de 2012

Todo lo humanamente posible

Nada, que me robaron. Nos rapiñaron a mi novia y a mí. Nos vieron caminando y se quedaron en la parada de ómnibus de Agraciada y Gil, esperándonos. En eso venía el ómnibus que me servía. Tomátelo, dijo mi novia. Respondí que no; insistió pero no lo hice. No hablábamos de la frecuencia del transporte capitalino a la una de la madrugada sino de las dos siluetas a las que, a pesar del mal presentimiento, nos acercábamos.
No creo que interese, no salió siquiera en los diarios. Caminábamos hacia una de las 33 rapiñas diarias que correspondían a ese naciente 7 de abril; tres cada dos horas. Fueron 3022 el primer trimestre del 2009, y vienen creciendo a alrededor de un 10% por año. Una semana después, mi novia tenía miedo de andar por la calle, y ahora está considerando comprarse un spray para defenderse.
--Dame el bolso. Mirá que te corto.
No entiendo cómo pude conservar la calma. Yo llevaba uno de esos bolsos que se usan para cargar las computadoras portátiles.
-- No tengo notebook.
Abrí el bolso y arrojé las cosas al piso. 
--Mirá que estamos fumados.
La droga es un arma. El brillo con el que amenazó cortarme era un revólver. La amenaza era alta, tan flaca que no parecía haber carne entre la piel y los huesos de la cara. Yo diría que estaba consumido por la droga. Llevaba una bermuda, una camiseta de colores y una campera en la mano, para tapar el arma. Tendría unos 25 años y su piel era oscura por esa mugre acumulada que sólo da años de vivir mal. El bajito tendría como mucho 16 años, de pantalón y campera deportiva. No estaba tan flaco ni tenía la piel tan resquebrajada como su compañero, pero iba camino a eso. A él le di mi celular y mi billetera; el más alto se acercó a mi novia y atiné a ponerme en el medio, pero apenas me moví me apuntó.
--Dáselo.
Ella tenía su celular en un bolsillo interior y recuerda haber pensado que los malandros podrían creer que sacaba un arma. Era demasiado pensar.
--Sigan caminando, no se den vuelta.
Desaparecieron.
Entramos a la casa a la que íbamos y llamamos al 911. Línea especializada “para casos de emergencia que requieran la presencia inmediata de policías o bomberos”, según especifica la página web del Ministerio del Interior. Los operadores estaban todos ocupados, dijo una contestadora.  
Colgué, volví a discar y me atendió un operador. Le conté lo qué había pasado y en lugar de mandar de inmediato un patrullero para luego comunicarles el resto de la información por radio, a ritmo cansino me pidió una descripción de los ladrones. Lo que recordaba se lo dije.
--Sólo tengo que son dos –informó.
Reiteré la descripción pero no escuché que corrigiese el mensaje. Cinco minutos después llegaron dos policías en un móvil, que es como llaman a sus autos. Nos sentaron atrás, el único lugar disponible; el mismo de los detenidos que transportan, y salimos de recorrida. La radio dijo que en la seccional 7ª tenían a un sospechoso. Después, que en la calle tenían detenidos a otros dos. Y habían visto a dos más corriendo por Las Carmelitas. Los semblanteamos a todos, ninguno era. El de la comisaría no podía vernos pero miraba hacia el vidrio que nos separaba, amenazante.
“Para disculparse hay tiempo”, nos dijo el policía más joven, alentándonos a avisarles si veíamos a alguien que nos pareciese sospechoso. Ese policía parecía confiado en que podrían capturarlos: seguía con la mirada a cuanta persona se cruzaba y nos preguntaba si ese podría ser. El otro, mayor, no nos hablaba.
Mi novia sugirió que fuésemos hacia el Paso Molino a darles caza. El policía joven dijo que los malandros no van para El Paso, sino a un cante, por el arroyo Miguelete. En una esquina vimos a dos personas fumando lata. Vamos hasta ahí, dije. No, ahí no se puede contestó el joven, perdiendo su entusiasmo. El auto avanzó unos metros más, vimos el montón de casas de chapa que forman aquel cante. Esa es la frontera del lugar al que “no se puede” ir.
--Bueno, hicimos todo lo humanamente posible -dijo el mayor de los policías desistiendo de la búsqueda.
La pena por rapiña, según artículo 344 del Código Penal, es de hasta 16 años, y el uso de armas un agravante (artículo 341) que eleva la pena en un tercio.
Dos noches después, en la misma cuadra en la que fuimos asaltados, dos jóvenes intentaron robar, arma en mano, a un señor que volvía a su casa. Un hombre los vio y llamó a la policía con su celular. Huyeron; la policía llegó tarde. Yo sentí un escalofrío, pero era sólo sensación térmica. 


Artículo publicado en el suplemento Qué Pasa del diario El País en mayo de 2010. 
http://www.elpais.com.uy/suplemento/quepasa/-Mira-que-te-corto-estamos-fumados-/quepasa_488340_100515.html